domingo, 20 de noviembre de 2011

Sexualidad Infantil


Sexualidad infantil y juvenil




1. CONSIDERACIONES SOBRE LA SEXUALIDAD 
Para entender el tema de la sexualidad humana en su dimensión adecuada, lo primero que hay que distinguir son los conceptos sexo y sexualidad. Sexo es un término que
sirve para clasificar a los seres humanos en dos grandes grupos: masculino y femenino, y también, en su uso coloquial, para aludir a la práctica sexual; mientras que sexualidad remite al conjunto de relaciones que los individuos establecen entre sí y con el mundo por el hecho de ser sexuados.
Esta distinción, aunque elemental, resulta indispensable, porque en los seres humanos, en comparación con el resto de los seres vivos, no sólo todo es más complejo, sino que se transforma con el tiempo. Los seres humanos poseemos necesidades que van más allá de las naturales, y esta característica es la que nos da nuestra verdadera especificidad: a diferencia de los demás seres necesitamos explicaciones que nos vuelvan comprensible nuestra estancia en el mundo; sólo a nosotros nos hace falta una dimensión estética; sólo nosotros tenemos que reglamentar nuestras formas de convivencia. Somos seres históricos, irreductibles a la mera naturaleza y, por ello, todo lo que en los animales es relativamente simple, en nosotros se vuelve complejo.
Las necesidades sexuales para el ser humano no son, como en el resto de los seres vivos, un llamado a la reproducción, sino que se relacionan con la autoestima, con el placer, con los sentimientos, con la moral, con las costumbres, con la religión, con el derecho, con el proyecto de vida, con el género, en fin, con todos y cada uno de los elementos que constituyen nuestra identidad y nuestra vida en sociedad. Así, hemos desarrollado una cultura a partir de la necesidad sexual.

El impulso a relacionarse que implica la sexualidad pone en juego áreas del espíritu humano que son importantes tanto por la consideración social de que son objeto como por el tipo de sensibilidad que involucran. Esta sensibilidad repercute en asuntos tan trascendentes como la autoestima y nos permite asumir nuestro lugar y nuestra relación con la sociedad.
Más allá de la capacidad reproductiva, el saberse atractivo o con capacidad de dar y de recibir placer, así como el conocer la propia sensibilidad y la de la otra persona, el querer y ser querido, el comprender y ser comprendido, son necesidades esenciales de los seres humanos que encuentran en el terreno de la sexualidad una de sus mejores expresiones.
La sexualidad es una dimensión de lo humano que las personas preservan dentro de su intimidad, pues es un tema delicado, porque entran en juego valores y emociones de gran relevancia para la vida de la persona. Por ello, ha de asumirse que las relaciones que se dan alrededor de la sexualidad o teniendo a ésta como vía (contacto casual, noviazgo, amistad con posibilidades de intimidad, matrimonio, etcétera.) deben tratarse con cuidado, respeto por el otro y por uno mismo, así como con la máxima consideración y responsabilidad, ya que, dada la magnitud y naturaleza de la sensibilidad implicada jamás deben trivializarse ni vulgarizarse.
Sexo es un término unívoco que se emplea para los seres vivos en general y, en cambio, sexualidad es un concepto complejo, adecuado para hablar del tema sexual en los seres humanos. Actualmente, algunos incluso prefieren usar el término psicosexualidad para referirse a la sexualidad humana, pues con esta palabra se manifiesta la estrecha relación que tiene el sexo -un aspecto eminentemente corporal- con el pensamiento, las emociones, la inteligencia, la edad, el nivel de desarrollo, la personalidad, el equilibrio mental y los valores.
La sexualidad es un elemento muy importante de la vida humana y hasta podría decirse que modula la percepción que el individuo tiene de sí mismo y del mundo del cual forma parte. Para entender la sexualidad humana es necesario, por lo tanto, inscribirla en un complejo de relaciones que la ubiquen en su auténtica dimensión.
Somos seres sexuados desde antes de nacer, desde antes inclusive de que morfológicamente pueda ser advertido nuestro sexo y, antes todavía, cuando como mera promesa nuestros padres acarician ciertas expectativas frente a lo que seremos. La sexualidad no aparece, pues, en la pubertad cuando los caracteres sexuales secundarios se manifiestan de una manera totalmente franca. Somos seres naturalmente sexuados y, sin embargo, no siempre se adopta una actitud comprensiva frente a este hecho.
Hemos dicho actitud comprensiva y no actitud natural, porque entendemos que no es lo mismo la naturalidad de los animales que la naturaleza humanizada de las personas: en los animales, lo natural se manifiesta como un conjunto de condiciones e instintos que los determinan y, en cambio, en los seres humanos, lo natural se expresa socialmente de acuerdo con la cultura y las tendencias individuales.
La diferencia entre el ser humano y el animal es lo que vuelve tan complejo el asunto de la sexualidad, pues en este campo forcejean los impulsos netamente naturales -el apetito sexual- con las normas morales, con las normas religiosas y hasta con las concepciones filosóficas acerca del ser humano. Es en este punto donde el impulso sexual -amoral entre los animales- entra en el territorio ético y se relaciona con lo que la sociedad considera virtud o vicio; entra en el terreno religioso y desde este ámbito se percibe como lo permitido o lo pecaminoso, y entra en el terreno de las convenciones sociales y se vuelve una práctica correcta o reprobable, admitida o censurada.
El ser humano es naturaleza cultivada y por ello su sexualidad no puede reducirse a genitalidad ni comprenderse como una función meramente reproductiva. La complejidad propia de los individuos es la que hace preciso entender la sexualidad en el horizonte de los valores, del placer, de la realización personal y de las relaciones humanas. Desde este enfoque, resultan igualmente erradas las posturas extremas: las totalmente represivas y las totalmente permisivas de la sexualidad. Ni es solamente para la multiplicación de la familia, ni es una actividad ordinaria como tomarse un vaso de agua o ir al cine.
Una adecuada comprensión de la sexualidad, mediante una educación sexual, puede ayudar a hombres y mujeres a tener una vida más plena, a ser más libres y también más responsables. No se trata de trivializar nuestra actitud ante las prácticas sexuales desconociendo todo principio o eludiendo restricciones y responsabilidades, pero tampoco de negarnos a reconocer que la sexualidad forma parte esencial de nuestra naturaleza. El asunto de la sexualidad humana no se resuelve con explicar los órganos genitales masculino y femenino, no se resuelve simplificando el asunto, es decir, sin inscribirlo en un marco de valores donde se planteen la igualdad, la responsabilidad, el respeto, la tolerancia; sin hablar del placer, del ser hombre o mujer con todo lo que esto implica, sin relacionarlo con los sentimientos y con el equilibrio emocional ni, mucho menos, se resuelve con el silencio o eludiendo su importancia en todos los ámbitos en los que se enmarca la conducta humana.
De ahí que nos parezca tan completa la siguiente definición acerca de lo que es la educación sexual: "El proceso vital mediante el cual se adquieren y transforman, informal y formalmente, conocimientos, actitudes y valores respecto de la sexualidad en todas sus manifestaciones, que incluyen desde aspectos biológicos y aquellos relativos a la reproducción, hasta todos los asociados al erotismo, la identidad y las representaciones sociales de los mismos. Es especialmente importante considerar el papel que el género juega en este proceso".
La educación sexual es parte indispensable de la educación integral y la educación integral es necesaria para el desarrollo armónico de los individuos. No hay manera de ofrecer al educando una educación sexual adecuada sin inculcar en él, simultáneamente, las ideas de responsabilidad para consigo mismo y para con los demás, de equidad entre los sexos, de tolerancia y de libertad como autodeterminación.
Una educación que aspire a la formación integral deberá atender múltiples aspectos y no sólo los contenidos tradicionales: aquellos que permiten al educando conocer el mundo desde las perspectivas de las ciencias de la naturaleza y comprenderse a sí mismo, a través de las ciencias humanas, como un individuo que pertenece a una sociedad en un momento histórico determinado. También deberá atender a otros aspectos de la persona, entre los que destaca el conocimiento de su sexualidad, porque los seres humanos no sólo tenemos inteligencia, imaginación, sentimientos, aspiraciones, sino también una identidad sexual que debemos conocer para ahondar en el saber indispensable de nosotros mismos.
Una adecuada educación sexual, aun cuando sea temprana, no entraña precocidad ni promiscuidad, sino que, como todo conocimiento, debe preparar al individuo para enfrentar mejor la vida. La información oportuna, confiable y pertinente evita que la curiosidad reprimida se vuelva a la larga una actitud morbosa: silenciar ciertos temas en el aula o en el hogar no los cancela; más bien, al convertirlos en lo prohibido y darles una carga negativa, estimula la curiosidad y la vuelve una práctica oculta.
En nuestros días, no podemos ignorar que los temas de sexualidad se exhiben cotidianamente en la televisión, los videos, las revistas y, la mayoría de las veces, de manera deformada y deformante. Los medios de comunicación, benéficos en muchos otros sentidos, han roto la barrera que dividía el mundo de los adultos del mundo de los niños, y es a nosotros, maestros y maestras en combinación con los padres de familia, a quienes corresponde, cuando menos, intentar la rectificación de ese bombardeo de mensajes que de forma caótica y desorientadora reciben niños y niñas actualmente.
La educación sexual es asunto tanto de la familia como de la escuela, pues el desarrollo sexual se manifiesta en estos ámbitos y es deseable que en uno y en otro se den las condiciones que promuevan que sea sano y responsable. Y recordemos que ser responsable significa que uno está obligado a responder: obligado a dar respuestas, pero respuestas a la altura de los problemas que la realidad nos coloca delante. Nuestra tarea como maestras y maestros es de gran trascendencia, pues nos toca responder a las dudas y a la necesidad de conocimientos de esa parte de la sociedad que, precisamente, estamos formando.
Hay que hablar con verdad de los temas sexuales, de esos temas que en el pasado reciente parecían intocables, porque niños y adolescentes tienen la necesidad de conocer sus cuerpos para proteger su salud, para ponerse a salvo de abusos, para resolver sus dudas y temores, para relacionarse con los demás y para desarrollarse plenamente.
Ya no es posible mantener el lenguaje encubridor ni las actitudes evasivas que conocimos en nuestra infancia quienes hoy somos adultos. Los niños y los jóvenes actuales, expuestos, como ya se ha dicho, a toda clase de mensajes y experiencias, necesitan formarse un criterio que les permita discriminar correctamente la información y hacer frente a las presiones que puedan recibir. No será con el silencio ni con prejuicios y temores como podremos ayudarlos.
En nuestra época se han presentado innumerables transformaciones, y en algunas hemos de participar nosotros como maestros, padres de familia y ciudadanos. Ahora hace falta que niños, niñas y adolescentes sepan cómo funciona su cuerpo, qué es sano y qué no, y también que distingan cuándo son oportunas ciertas prácticas y por qué y, sobre todo, que cada quien comprenda las responsabilidades que tiene consigo mismo y con los demás. No podemos ignorar ese derecho que niños y jóvenes tienen de informarse y formarse en todas las áreas de su desarrollo.
La educación sexual contribuirá a que niños y niñas tengan una vida más plena en el futuro: a que asuman su vida más sana y equilibradamente. Educamos a nuestros niños en el hábito del ahorro, en el amor a la naturaleza e inclusive en asuntos de vialidad, con la intención de que el día de mañana cuenten con actitudes y valores, estén preparados y puedan relacionarse mejor con los demás. Lo mismo ocurre con la educación sexual: ésta debe prepararlos para que en el futuro ejerzan y disfruten su sexualidad de manera responsable, ya que con ella se habrán de establecer las bases del respeto y de la tolerancia que son indispensables para toda forma de convivencia armónica entre los individuos y, obviamente, para la sana y constructiva convivencia de los individuos en sociedad.
Los hábitos de higiene y salud del cuerpo, la calidad de la convivencia con personas del propio sexo o del sexo contrario, son asuntos cuyas raíces deberán formarse en la infancia. Para nosotros, maestros y maestras, es indispensable saber acerca de la sexualidad empezando por la propia, actualizarnos, ya que para poder educar, debemos a la vez educarnos.

 
2. LOS ESTEREOTIPOS SEXUALES 
Es distinto compararnos mujeres y varones con la intención de conocernos mejor, que buscar diferencias entre unos y otras para postular la superioridad de un sexo frente al otro y, lamentablemente, éste es el ángulo desde el que, con mucha frecuencia, se aborda la cuestión. El resultado es la falta de respeto a uno y otro sexo. Conocernos mejor unos a otros supone una actitud en la que estén presentes los valores de la tolerancia, la igualdad y la justicia.
Así, uno de los aspectos de la vida humana donde la intolerancia resulta más perniciosa es, precisamente, el de la sexualidad, pues allí se manifiesta como la guerra del ser humano contra sí mismo, del varón contra la mujer y de la mujer contra el varón. Nacemos en una sociedad que prescribe las conductas y los comportamientos que considera idóneos para cada sexo. La familia, la televisión e inclusive la escuela, enseñan a los individuos a comportarse de una forma que consideran típica de cada sexo, y ello induce a que cada persona asuma un papel sexual: un estereotipo masculino o femenino.
Estos estereotipos son adoptados por niños y niñas, pues están ahí como las expectativas familiares y sociales a las que deberán ajustarse si quieren ser aceptados: es lo que se espera de ellos y de ellas. En todas las sociedades han regido ciertos estereotipos dominantes y, a pesar de que varían de lugar en lugar y de tiempo en tiempo, todos se caracterizan por presentarse como la norma promulgada, como lo que debe de ser sin que se consideren las tendencias particulares de cada individuo: "Los niños no lloran" o "Tú eres niña: no puedes hacer eso" son fórmulas harto conocidas en las que se resumen los estereotipos dominantes que nuestra sociedad prescribe para cada sexo desde la infancia.
A partir de concepciones de este tipo se establece un trato diferente para cada sexo: en nuestra sociedad, de manera muy extendida, a las niñas se les enseña a ser hacendosas y se les prepara para la crianza y el hogar; la maternidad se les ofrece como su realización absoluta en la vida y, por el otro lado, a un gran número de niños se les induce a considerarse fuertes, decididos para que lleguen a ser los proveedores económicos, los jefes de sus futuras familias. Estos estereotipos son la base de muchos desajustes de la sociedad, pues condicionan las oportunidades, los deberes y los derechos no a partir de la capacidad real de cada individuo, ni a partir de lo que cada quien elige para su vida.
Es verdad que la evolución de la cultura ha propiciado cierto cambio en los estereotipos sexuales y que hoy, dicha visión, aunque todavía muchos la suscriban, está variando. La mujer ha mostrado que puede elegir otro destino, que puede y quiere ir más allá del ámbito doméstico al que parecía circunscribirla el estereotipo femenino que ha prevalecido, y también es cierto que muchos varones han comenzado a romper con el estereotipo que les imponía la renuncia a manifestar sus emociones y los condenaba a ser el único sostén de la familia; pero también es verdad que este proceso no ha llegado aún a la fase en la que todos los varones y todas las mujeres sean tratados igualitariamente, es decir, tratados como individuos, de acuerdo con su capacidad y no de acuerdo con su sexo: individuos que compartan equitativamente los deberes y los placeres de la vida doméstica y que cuenten con oportunidades equivalentes en el ámbito de lo público y de su desarrollo como personas.
Los estereotipos tienen que ver también con el concepto que las personas se forman de sí mismas, pues si el contexto social que rodea al individuo hace que de él se espere un determinado comportamiento ­de las mujeres sensibilidad, entrega, sumisión y, en cambio, de los varones competencia, independencia, capacidad para vencer los retos­ entonces, mujeres y varones tienden a hacerse una idea deformada de sí mismos, pues a unas y a otros se les limita su desarrollo: ellas no tienen por que reducir su capacidad para emprender acciones ni ellos, esconder sus emociones.
El autoconcepto (¿qué tanto me valoro?, ¿qué tanto conozco y desarrollo mis habilidades?, ¿cómo me veo a mí mismo o a mí misma?) depende, en parte, de los mensajes que recibimos del entorno familiar y social; según sean estos mensajes nos valoramos y, en consecuencia, se despiertan en nosotros sentimientos positivos o negativos hacia lo que somos.
Para que cada individuo haga de sí mismo una estimación adecuada y constructiva es necesario que aprenda el valor del respeto y de la tolerancia. Nadie es perfecto y la única manera de aceptar lo que somos y aceptar a los demás es admitiendo las diferencias y, a la vez, esforzarnos por apreciarlas. No es induciendo al niño o a la niña a adoptar el estereotipo sexual como se enseña el respeto y la tolerancia: "no llores como niña", se le dice al varoncito; "no seas marimacha", se le dice a la niña y de esa forma se cree que se les ayuda a autoestimarse, devaluando al sexo opuesto. El autoconcepto ha de ser individual, no genérico: valemos lo que valemos por las capacidades y limitaciones que tenemos como individuos, no por pertenecer a uno u otro sexo. Hace falta que cada persona adopte respecto de sí misma una visión adecuada, que sea equilibradamente crítica hacia sus actos, no autocomplaciente ni autodenigrante. Ello la llevará a ser más comprensiva y, al aceptarse como diferente, podrá aceptar a los demás.
Podemos contribuir a que nuestros alumnos consoliden su autoestima sin anular la de los demás, pues precisamente el afán de avasallar no sólo al sexo contrario, sino a todas las personas, surge, en ocasiones y entre otras causas, de una baja autoestima.
Son innumerables las consecuencias que provocan la intolerancia y el fomento de los papeles sexuales estereotipados: si se valora a los varones por su fuerza e inteligencia y a las mujeres por su belleza y abnegación no es extraño que las mujeres atribuyan sus éxitos a la suerte y los fracasos a su falta de habilidad, ni que los hombres lo hagan a la inversa: que atribuyan sus fracasos a factores externos ­a la mala suerte­ y sus éxitos a su habilidad. Y tampoco es extraño que los varones y las mujeres que adoptan dichos estereotipos entren luego en conflicto.
En resumen, la tarea educativa que tiene como objetivo una sociedad más sana y más justa para todos deberá replantear el asunto de los papeles sexuales: estimular una valoración de las diferencias no sólo de género, sino individuales y, simultáneamente, oponerse al prejuicio de que las diferencias sean consideradas un indicio de inferioridad: hombres y mujeres son iguales en tanto que seres humanos y, como tales, merecen desenvolverse en un mundo que les brinde iguales oportunidades y derechos.

3. LA CURIOSIDAD SEXUAL 
Desde que iniciamos la vida, los seres humanos sentimos deseos de conocer. Buscamos enterarnos de la realidad que nos circunda: qué la constituye, cómo funciona cada objeto y, sobre todo, cómo somos, cómo es nuestro cuerpo. Cotidianamente indagamos nuestros límites y nuestro lugar en el mundo. Y este proceso, que nunca cesa a lo largo de la vida humana, es evidente en el recién nacido que con todos sus sentidos, poco a poco, explora y descubre cuanto le rodea.
Sin embargo, quienes ya somos adultos olvidamos la intensa curiosidad con la que alguna vez ­en nuestra infancia­ descompusimos un juguete y, por ello, al ver a un niño desarmando algún objeto lo consideramos malo y destructor, lo cual, la mayor parte de las veces no es el caso. La interpretación que el adulto hace de las acciones infantiles no siempre se corresponde con las intenciones de los niños. No coincide con la verdad, sino con "la manera como deben de ser las cosas" según las ideas y los valores del adulto: proyectamos sobre las acciones infantiles toda la carga que esas acciones tienen en nuestra vida adulta; pero el mundo infantil es diferente.
Imaginemos la escena en que una niña hace pedazos un reloj, o en la que un niño convierte en trozos inservibles un juguete. Ninguno de ellos tenía, necesariamente, la "mala intención de destruirlos", bien puede ocurrir que tan sólo estaba explorando, descifrando lo que son esos objetos, para qué sirven, por qué suenan o se mueven, o simplemente por ver lo que tienen dentro. Por lo general, el más afligido ante los destrozos es el propio infante.
Los niños pequeños no tienen aún la conciencia del precio de los objetos, y mucho menos pueden valorar los esfuerzos realizados por el adulto para adquirirlos. Ellos, al desarmarlos, buscan descifrarlos, comprenderlos. Esto mismo ocurre cuando los niños y las niñas inician el juego de la exploración de su cuerpo: no sospechan las ideas que los adultos tienen en mente. No lo hacen para ofender, ni por maldad; ellos se tocan porque están conociéndose y, también, porque experimentan placer al observar y sentir los cambios que son capaces de provocar en su cuerpo.
El niño y la niña en edad preescolar normalmente tocan sus genitales y, también pueden querer tocar a alguien más. Sienten interés por conocerse y conocer las diferencias entre un sexo y otro: por qué no son iguales los niños y las niñas, los papás y las mamás.
A esta edad quieren no sólo conocer, sino entender, y el entendimiento avanza por medio de comparaciones. Para comprender es necesario identificar las diferencias y llevar a cabo comparaciones: "¿por qué los niños tienen pene y las niñas no?", "¿por qué las señoras tienen senos y los señores no?", "¿por qué algunas señoras tienen una gran panza?", "¿por qué esa niña no tiene papá?", "¿por qué la mamá de las vecinas no trabaja?", "¿dónde están los papás de esos niños?", "¿por qué viven con su abuela?" Todas estas preguntas, y un sinfín que podrían añadirse, son resultado de la natural curiosidad del ser humano a quien no le basta con estar en el mundo, sino que necesita conocer y comprender cómo, e incluso hasta por qué, está en el mundo.
Cuando un niño o una niña formulan una pregunta es porque necesitan una respuesta, una respuesta, claro, apropiada para su edad. Los padres de familia deben responder con toda veracidad y sencillez. Habrá que explicarles que no es bueno cambiar de tema ni responder con evasivas como: "ahora no tengo tiempo", "vete a jugar por ahí", "no entiendo por qué se te ocurren esas cosas" o "después te lo digo".
Algunos padres y madres de familia suelen preocuparse ante ciertas preguntas y conductas infantiles de sus hijos que ­según ellos­ son anticipaciones de la conducta adulta y hasta signos de perversidad. Tales preocupaciones son infundadas: que un niño de preescolar se toque el pene y disfrute al conseguir el efecto de la erección es natural: el pequeño está descubriendo su cuerpo y aprendiendo que la estimulación provoca el reflejo natural de la erección. Es un error suponer que tales manifestaciones significan "precocidad sexual", que el niño esté enfermo o sea "un pervertido": está en una etapa normal del desarrollo.
Reprimir violentamente a un niño porque se toca los genitales es un equivocación muy seria: hace que el niño desarrolle miedo a sus mayores, vergüenza y culpa hacia su propio cuerpo y, como consecuencia de ello, que adopte la peligrosa actitud de hacer a escondidas lo que le produce placer. Entender que esos actos son manifestaciones naturales que requieren ser encauzadas -no reprimidas- coloca a los padres en la oportunidad de consolidar un clima de confianza con sus hijos. Una confianza que es indispensable para ayudarlos y prevenirlos. Y otro tanto ocurre con las niñas. Ese interés por explorar su cuerpo es natural. Son conductas propias de la primera infancia.
Si se les permite explorar su cuerpo es posible que no sean morbosos o reprimidos, ni adultos incapaces de acariciar, de proporcionar y recibir ternura, que es precisamente lo que termina sucediendo a muchos que, durante la infancia, fueron insultados, ofendidos y castigados porque jugaban con su propio cuerpo.
Alrededor de los 5 años, la curiosidad de muchos niños empieza a canalizarse a través de distintos juegos -como jugar "al papá y a la mamá" o "al doctor"- que sirven para que unos a otros se conozcan y ensayen los papeles de los adultos. Es normal que se toquen entre ellos; pero habrá que cuidar que, en esa clase de juegos, los participantes tengan aproximadamente las mismas edades para evitar posibles abusos o falta de proporción entre los niveles de desarrollo, ya que generalmente en la etapa preescolar sólo quieren verse y tocarse. Puede suceder que la parejita esté formada por dos niñas o dos niños que revisan y tocan sus respectivos cuerpos. No hay razón para escandalizarse ni suponer que dicha exploración sea un indicio de anormalidad.
Admitir que niños y niñas explorarán de manera natural sus cuerpos para conocerse no significa de ningún modo que se acepte cualquier juego infantil con tinte sexual. Es fundamental estar alerta, vigilar que nunca niños mayores intervengan, organicen o pretendan obligar a los menores a hacer lo que los más grandes quieran, y mucho menos que un adulto o un adolescente participe en estos juegos. Es ahí en donde puede haber peligro, no en la propia exploración voluntaria y lúdica, sino cuando intervienen factores como regalos, amenazas o trueques. En la propia casa puede haber un extraño o un miembro de la familia que presione, amenace o chantajee al niño o a la niña para que "juegue". Eso no es un juego, eso no es una exploración natural, sino un abuso sexual que debe ser evitado. Hay que estar atentos, escuchar y juzgar con mucho cuidado lo que los menores dicen, y brindarles apoyo.
La curiosidad infantil se manifiesta de una manera típica en los niños en edad escolar. Lo que se averiguó mediante los juegos de exploración, ahora ha de ser contrastado con las opiniones. Cada respuesta es la materia prima que procesa la mente infantil en formación: piensa lo que le han dicho, lo coteja con la realidad, con lo que apenas ha visto en su breve vida y con otras informaciones procedentes de la televisión, de otros adultos como son los vecinos, los abuelos, las educadoras del jardín de niños. Y por ello es tan importante la veracidad de las respuestas y la actitud con la que se responde y, más aún, el ejemplo que damos a niños y niñas con nuestra propia vida cotidiana. No basta con decir la verdad clara y brevemente; hace falta no mostrar rubor, vergüenza, morbo; es indispensable que exista coherencia entre nuestras declaraciones y nuestros actos.
La educación es un proceso permanente en la vida, y educar es la mejor oportunidad para actualizarse, para eliminar antiguos pudores y equívocos que a nadie benefician. Nada hay de malo ni de vergonzoso en que los niños se gesten en el vientre de las mujeres. En cambio sí es una deformación que se provoca en la mente infantil cuando se dice a un infante que una señora está "panzona" porque se comió una sandía completa. Nuestra tarea de profesores y el deber de los padres es, en este período, ayudar a los niños y a las niñas para que se formen como personas pensantes, interesadas en saber, juzgar y valorar lo que sucede, en una palabra: prepararlos para que sepan interpretar lo que se les presenta. Si maestros y padres de familia obstaculizamos, este proceso por indiferencia o prejuicios, provocaremos una confusión indeseable, cuando, precisamente, nuestra misión es fortalecerlos como personas.
Ahora bien, como los adultos no lo sabemos todo, puede darse el caso de que desconozcamos la respuesta a las preguntas que nos formula un niño o una niña. En esas ocasiones podemos revisar un libro junto con los pequeños: es el momento propicio para comenzar a formarles el hábito de la consulta, de la investigación. Acercarlos a los libros, a las enciclopedias, hacerlos partícipes de la búsqueda del conocimiento, pues ­aunque puedan no saber leer todavía­ podrán observar con nosotros las láminas, los dibujos, y aprenderán de nosotros, sobre todo, la actitud. Lo importante es que comprendan que hacer preguntas es bueno, que no nos molesta que las hagan, y que si bien a veces no es el momento exacto para contestarles (porque también han de aprender el respeto a las actividades de los demás) recibirán invariablemente respuesta y atención.
La persona adulta debe comprometerse a contestar pronto y ese pronto debe ser tomado como una promesa que habrá de cumplirse. No es bueno, como padres, dejar el asunto para el domingo de la semana siguiente "porque soy una persona muy ocupada", o tal vez para nunca jamás, "porque soy una persona a la que ciertas interrogantes le dan vergüenza". Tampoco debe posponerse con la equivocada esperanza de que a la niña o al niño se le olvide la pregunta. La mayor parte de las veces no se les olvida y, cuando ocurre, perdemos la oportunidad de acercarnos a ellos, de ayudarlos y de aprender juntos.
Debemos cuidar que la curiosidad infantil quede correctamente saciada, por lo que no convienen los discursos interminables ante cualquier pregunta que es posible responder con una simple frase. Tampoco conviene un lacónico "no" o "sí", cuando hagan falta ejemplos y un poco de esfuerzo de parte de nosotros para volver comprensibles nuestras contestaciones. Debe haber un trato natural, razonado y lógico; las buenas respuestas son verdaderas, lógicas, claras y breves. Tampoco es bueno darles el conocimiento en papilla: una versión extremadamente simple que no contenga ninguna información; el trabajo de masticarlo y digerirlo es precisamente lo que conduce a la nutrición intelectual.
A veces sucede que aunque la respuesta sea verdadera, lógica, clara, breve y oportuna, niños y niñas insisten y vuelven a preguntar. No deberá mostrarse impaciencia o fastidio, pues así como preguntar y volver a preguntar es parte natural de esa época de la vida, el papel de los mayores es el de responder y volver a responder a las inquietudes de los niños.
Son varias y negativas las consecuencias de no dialogar acerca de temas de sexualidad con niños y niñas. Si por cualquier razón la curiosidad infantil es rechazada con frases como: "tú estás muy chica para andar preguntando esas cosas"; "niño, no seas grosero, quién te mete eso en la cabeza", o "¿no sabes que hay cosas de las que no se habla?" los padres de familia y los maestros van perdiendo la confianza de sus hijos e hijas, alumnos y alumnas. Otra consecuencia que puede propiciar la censura es que el niño, a quien se ha dejado con su pregunta, recurra a otras personas para que se la respondan. Esto significa -en muchos casos- ponerlos, nosotros mismos, en riesgo al provocar que sean otros -tal vez los menos indicados- quienes los inicien en su educación sexual.
Querer que permanezcan ignorantes es el modo más seguro de ponerlos en peligro. No hay que olvidar la profunda enseñanza del cuento de La bella durmiente del bosque. El rey, para poner a salvo a su hija de la maldición de una hada maligna, manda que se destruyan todas las ruecas del reino, pues piensa que así su hija no correrá ningún riesgo, y a ella, por supuesto, nunca le menciona nada del asunto. La princesa -como todos sabemos- a la primera oportunidad se pincha el dedo, pues jamás ha visto una rueca ni le han dicho nada acerca de las ruecas. La clave de la verdadera protección es justamente el conocimiento. Es necesario que exista un clima de apertura y confianza en la familia y en el salón de clases; que niños y niñas se sientan en la libertad de expresar lo que piensan y lo que les sucede, que sientan confianza de preguntar, porque tienen derecho de saber y porque ese saber es importantísimo para la vida.
A través de las propias preguntas de los niños es posible iniciar la educación en valores: enseñarles la responsabilidad, el respeto a uno mismo, la integridad y la salud física y anímica, así como el respeto y la consideración a los demás: a su intimidad. Pues el hecho de que el cuerpo no sea malo ni sucio no autoriza cualquier comportamiento. Es preciso enseñarles a comprender que la voluntad de los otros es fundamental. Por ejemplo, si una niña o un niño quiere explorar a otras personas, habrá que enseñarles que eso no es correcto, sin hostilidad, con ternura pero con claridad y firmeza. Es la ocasión para que aprendan lo importante que es la intimidad y el respeto a la vida íntima de los demás. También, los padres deben hacer que sus hijos e hijas comprendan que ellos quieren estar solos en su recámara y mantener su intimidad y su vida conyugal.
En muchos casos el espacio doméstico se reduce a una sola habitación y la intimidad es difícil en esas condiciones y, aunque es rara la ocasión de tratar estos asuntos con los padres de familia, si existe la oportunidad, es importante que maestros y maestras los orientemos para que procuren mantener la intimidad de sus relaciones sexuales.
Si un pequeño presencia una relación sexual, habrá que explicarle con naturalidad que papá y mamá se besan y se abrazan porque se quieren mucho y que él debe respetar la intimidad de sus padres; que a veces, precisamente como consecuencia de hacer el amor, nacen los niños; pero que también mamá y papá lo hacen para demostrarse afecto, ternura y que, cuando sea grande también tendrá una persona a quien darle su amor.
Otras preguntas que pueden preocupar a los padres de familia, en cuanto a la manera de hablar con sus hijos e hijas son las siguientes: "¿por qué no te casas conmigo?", "¿por qué son las mujeres las que tienen a los niños?", "¿cómo entró el bebé en la panza de mi mamá?", etcétera. Como guía general son recomendables la prudencia y la verdad en las respuestas, así como los valores de igualdad, responsabilidad y respeto. Y, muy especialmente, tener siempre en cuenta la salud emocional y la edad de quien pregunta.
Las respuestas deben servir para orientar a niños y niñas, no para que el adulto se desahogue de sus propias frustraciones y problemas vitales. Por lo que -aunque a veces sea difícil por las experiencias que cada adulto haya tenido en su vida- hay que recomendar a los padres de familia que repriman su posible deseo de hablar mal de todas las mujeres o de todos los hombres. Si logran valorar lo importante que es su actitud para que sus hijos tengan una vida feliz y sana, podrán hacerlo. Es preciso tomar en cuenta la conveniencia de no hacer creer a los niños que nuestras impresiones, surgidas de nuestras personales experiencias negativas, han de ser la base de su forma de pensar.
Las preguntas que indagan sobre la diferencia de los sexos perduran a lo largo de la infancia y están presentes también en la adolescencia, aunque el enfoque, la intensidad y el interés no sean los mismos. La propia transformación y crecimiento revive ciertas preguntas y se transita del "¿por qué pasa eso?" al "¿por qué me pasa esto?" Sin prejuicios, con paciencia, prudencia, verdad y sencillez procuremos responderlas.

4. EL EQUILIBRIO EMOCIONAL Y LA SEXUALIDAD 
Durante mucho tiempo las personas han visto la conducta sexual a través de prejuicios y hoy, todavía, seguimos arrastrando una gran cantidad de errores y de mentiras en lo que a sexualidad se refiere. Lo más grave de esas falsas ideas está en las dañinas consecuencias que tienen en la salud mental y física de niños, niñas y adolescentes. Los adultos también padecen a causa de esas interpretaciones infundadas y, sin proponérselo, se las transmiten a sus hijos. Llenar las mentes infantiles de silencios, prejuicios y temores no conduce a que las personas sean inocentes sino ignorantes. Impedir que niños y niñas estén correctamente enterados del funcionamiento de su cuerpo, de las enfermedades que existen, de los riesgos que pueden correr, es propiciar su indefensión. Recordemos que un niño seguro de sí mismo, con una buena comunicación con sus padres y una autoestima alta no sólo está menos expuesto a los lamentabilísimos casos de abuso sexual, sino mejor preparado para tener en el futuro una vida sexual sana y satisfactoria.
Hay quienes consideran conveniente no hablar franca y abiertamente de los temas relacionados con la sexualidad, porque creen que es la manera más segura de prolongar la inocencia y porque creen, también, que por hablar de esos asuntos es por lo que tales asuntos existen. Pero el conocimiento, bien se sabe, no arrebata a los niños la inocencia, sino que los informa, es lo que ellos esperan de nosotros, es la respuesta a la confianza que los menores tienen en los demás y, principalmente, en los adultos. Para ponernos a la altura de esa confianza es preciso responderles con la verdad. De esa manera, siempre acudirán a nosotros en busca de información, comprensión y cariño. La inocencia, de hecho, disminuye con los años y con las experiencias, y qué bueno que así ocurra, pues debemos madurar para ir enfrentado las situaciones en que a todos nos va colocando la vida.
Los padres de familia desean lo mejor para sus hijos e hijas. Ésta es una verdad; sin embargo ­desgraciadamente­ en ocasiones, debido a prejuicios no les brinda la oportunidad de conocerse y conocer su sensibilidad, de saber lo que necesitan acerca del funcionamiento y cuidado de su cuerpo para de acercarse sanamente a su sexualidad.
Si los temas relacionados con la sexualidad han sido planteados correcta y claramente en el hogar y en la escuela, niños y niñas estarán en mejores condiciones de prevenir peligros, de sentir confianza hacia sus padres y no experimentarán culpa por descubrir que tienen cuerpo. El cuerpo no es en sí mismo una "cosa mala": nos pertenece completamente y debemos conocerlo sin sentir pena ni vergüenza, con objetividad, pues cuidándolo nos cuidamos a nosotros.
Los maestros y las maestras tienen la responsabilidad de velar por la integridad física y emocional de sus alumnos mientras están en la escuela y, por eso, es necesario que niños y niñas vean en ellos personas en quienes confiar. Piénsese que, en ocasiones, los menores no tienen, además del docente, a ningún otro adulto a quien recurrir. Hay que ser especialmente sensibles a las denuncias de abuso sexual que pudiera hacer un niño o una niña y aconsejar -si ello es posible- a los padres para que nunca las desatiendan, pues suponen, por parte de la niña o del niño, haber tenido que vencer el dolor, un miedo enorme y una gran vergüenza. Los niños y las niñas deben sentir que cuentan con el apoyo de sus padres y maestros, especialmente en ocasiones tan graves como éstas.
En todas las edades de la infancia, pero principalmente en la preescolar, niños y niñas han de estar prevenidos ante frases como "juego secreto" o "no se lo digas a nadie". No basta con indicarles que no deben aceptar dulces ni helados de personas extrañas, es indispensable -precisamente en esos años en que están más expuestos- cuidarlos y comenzar a formarles la conciencia de que siempre deben ser respetados.
El abuso sexual es prevenible y, sin embargo, algunos padres y madres de familia dejan a niños y niñas inermes por tener los ojos cerrados o por creer, supersticiosa e inconscientemente, que si no piensan ni hablan de "eso" no ocurrirá en sus casas. Advertirles de los peligros no es ensuciar su mente; es prevenirlos para que se cuiden, para que sepan defenderse en caso necesario.
El abuso sexual puede ocurrir en el lugar y en el momento menos pensados. Es necesario recomendar a los padres de familia que estén pendientes de lo que hacen sus hijos, que hablen con ellos para que sepan cuidarse y, sobre todo, para que se den cuenta de que tienen en quién confiar. Puesto que es imposible -conforme van creciendo- estar día y noche como sombras detrás de niños y niñas, lo mejor es formarlos para que lleven siempre en sí mismos, en su propia conciencia, los recursos para protegerse. Una información oportuna y clara contribuirá a su formación como seres responsables, sanos y capaces de tomar sus propias decisiones.
La variada información sexual, que desde distintas procedencias llega actualmente a los niños hace necesaria -quizá como nunca antes- la participación de padres y maestros, y no sólo en la tarea de proveer conocimientos verdaderos y adecuados, sino en una tarea más complicada aún: la de propiciar en los pequeños la formación del criterio, esa capacidad para discernir que es absolutamente indispensable en todos los momentos de la vida. El mar de mensajes contradictorios, en medio del cual viven las sociedades de hoy, hace que la formación del criterio, del buen juicio, de la conciencia, sean algunas de las metas más importantes de la educación. El objetivo no es que haya una sola opinión y que con ella se uniforme al mundo entero, sino que los individuos sean capaces de comprender la diversidad de opiniones sin confundirse, de que puedan valorarlas en lo que tengan de provechoso unas y otras, y en que sean capaces de elegir de acuerdo con sus valores, su propia postura. Formar las bases del criterio en niños y niñas incluye, por supuesto, permitir que hablen y hablar con ellos veraz y claramente de ese aspecto de la vida humana que es la sexualidad.
Niños y niñas se encontrarán con personas que crean, por ejemplo, que la ternura es una expresión exclusivamente femenina, o que es una merma de la hombría el que también los hombres cambien los pañales a sus hijos recién nacidos y participen activa y equitativamente en las labores domésticas. La actitud que deberá fomentarse ante esta divergencia de criterios no es aquella que haga que el niño ataque a quienes opinan desde esa mentalidad; pero tampoco la que lo haga abandonar sus ideas o avergonzarse de que su padre sea solidario y corresponsable en el hogar. Desde pequeños, niñas y niños, deben aprender a respetar sus propias ideas y defenderlas sin querer sojuzgar a los otros. De ahí la importancia de formarse un criterio: no volverse un fanático implacable de la propia opinión, pero tampoco abandonar sin razones la postura que uno considera correcta. Niños y niñas han de sentirse orgullosos de formar parte de una época que avanza hacia la equidad entre los sexos, y en la que la tolerancia y el respeto son valores fundamentales. La tolerancia, obviamente, no puede ser total: equivaldría a permitir las prácticas de los asesinos; su límite ha de marcarlo la integridad del individuo y de la sociedad.
Pero esta frontera, en apariencia sencilla, ha sido a lo largo de la historia una de las delimitaciones más difíciles de establecer, ya que forma parte de la condición humana el que nos sintamos agredidos por aquellos que son diferentes de nosotros.  Tolerancia entendida como respeto a las ideas, tolerancia como aceptación y aprecio entre los sexos y tolerancia de las diferencias. En este camino, los maestros y las maestras tienen todavía mucho por hacer. Es muy común que en las escuelas primarias y secundarias los alumnos se cohesionen y formen grupos cerrados que excluyen la participación de algún compañero o, también, que el grupo convierta en objeto de burla al niño o a la niña que usa lentes, que tiene sobrepeso o que se aparta de la mayoría por cualquier otra característica. Las prácticas de exclusión no deben permitirse ni considerarse normales: las conductas persecutorias entre niños o adultos son resultado de no entender el valor de la tolerancia y el respeto por las diferencias que puede haber entre las personas. No sólo es importante que los niños y las niñas estén orgullosos de sí mismos y que no sufran malos tratos por el género al que pertenecen, también es importante que el individuo singular pueda fortalecer su autoestima y tener una infancia digna. Inculcar en niños y niñas el valor de la tolerancia es contribuir a la salud mental no sólo del individuo que se distingue por alguna peculiaridad, sino a la salud mental de la mayoría, ya que sólo tolerando y respetando lo distinto podremos tener hacia nosotros mismos una relación más comprensiva.
Otro caso que no podemos ignorar, ni por su frecuencia ni por su impacto, es el divorcio o separación de los padres de algunos de nuestros alumnos, así como tampoco esas situaciones en las que las parejas no se separan pero viven en un clima de pleitos y disgustos que representan para los hijos un verdadero infierno. No compete a las responsabilidades de los maestros y maestras lo que ocurra en la vida sentimental de los adultos; pero, como sí nos compete el bienestar emocional y la salud mental de los alumnos, y como además sabemos que es muy dañino que los cónyuges desahoguen sobre y ante sus hijos sus disgustos podemos, si la ocasión se presenta, hacerles ver el perjuicio que para los menores representan esas actitudes. Madres y padres de familia deben hacer un esfuerzo por pensar más en el bienestar emocional de sus hijos que en su encono contra el ex esposo o ex esposa, aunque su ira pueda estar justificada. La falta de discreción al mostrar los sentimientos de duelo por la separación, es decir, el tomar al hijo o a la hija como confidente de los "horrores y maldades" que hizo el o la que se fue, sólo provoca perturbación, inestabilidad y disminución de la autoestima en los hijos.
La educación integral deberá atender a la formación de los niños y las niñas en una serie de aspectos: el conocimiento del cuerpo y la sexualidad tienen una importancia insoslayable, así como el desarrollo de la autoestima, es decir, de ese conocimiento y aceptación de uno mismo que posibilita, cuando uno reconoce sus cualidades y limitaciones, seguir avanzando hacia la madurez. Se trata de que niños y niñas puedan crecer y desarrollarse teniendo modelos que les permitan comprender que es natural sentir placer y que éste entraña una alta responsabilidad para con uno mismo y para con los demás.

5. DESARROLLO DE LA SEXUALIDAD 
Con el propósito de facilitar a las maestras y los maestros la consulta de este libro, hemos dividido el desarrollo de la sexualidad de acuerdo con las etapas escolares y concentrado las principales características que en cada una de esas etapas se presentan. Es pertinente recordar, por lo tanto, que el desarrollo sexual es un continuo y que sólo por atenernos a criterios de carácter práctico hemos podido establecer las siguientes fronteras temporales: de 4 a 6 años, de 7 a 12 y de 13 a 15. Estas etapas poseen la virtud didáctica de dar una idea del comportamiento promedio. Por eso mismo, no deben considerarse de manera rígida: las características de cada una de las etapas que vienen a continuación pueden, dentro de la normalidad, darse en los niños y en las niñas más temprano o más tarde.

5. 1. LA SEXUALIDAD EN PREESCOLAR (4 A 6 AÑOS) 
Cuando los niños y las niñas llegan a preescolar se enfrentan con un mundo desconocido. Su mamá, su papá, sus hermanos o hermanas, el espacio familiar de su casa, sus juguetes, todos aquellos elementos con los que han venido relacionándose a lo largo de su corta vida, y que constituyen el universo donde se sienten seguros, quedan atrás, en casa. Ante la nueva situación, la conducta de cada infante será diferente, pues habrá quienes ya hayan conocido los jardines de niños, quienes estén acostumbrados a vivir medio día en la casa de la abuela o de algún familiar o amigo y, también, aquellos para quienes sea la primera vez que son dejados "solos en el mundo". Las reacciones, como lo saben perfectamente las maestras de este ciclo educativo, son de muy diversa índole. Ahí comienza propiamente para los infantes otra etapa de su proceso de socialización: la escolaridad. Convivir con adultos y niños ajenos a la familia, aprender otros juegos, el abecé del conocimiento, tener, en suma, otras experiencias.
Para comprender mejor a los niños y a las niñas en esta etapa, hay que tener en cuenta el paradójicamente largo recorrido que han hecho desde su nacimiento; desde esa etapa llamada lactancia y que abarca hasta los doce meses de edad, pues, si cuando nacemos contamos únicamente con el llanto y los gestos para comunicarnos, a los cinco años de edad, niños y niñas disponen ya de un amplio vocabulario. Así también, los adelantos conquistados en el área motora entre el año de edad y los cuatro o cinco son sorprendentes: quienes al año apenas se atrevían a ensayar sus primeros pasos, a los cuatro corren y brincan con agilidad. Así, quienes durante la lactancia se llevaban todo a la boca para probarlo y conocerlo, a los cinco años, más bien, preguntan por todo.
Esta curiosidad, presente desde el nacimiento -como ya hemos visto en el capítulo correspondiente- y que ha sido en todas las épocas el motor de la historia humana, es la que hace que niños y niñas en preescolar pregunten acerca de todo a sus padres y maestros. No es extraño que una niña diga, por ejemplo: "¿Por qué mi hermanito y yo no somos iguales?" o "¿de dónde vienen los niños y adónde se van los que se mueren?"; ni que un niño pregunte: "¿Yo cómo nací?".
En esta etapa la curiosidad está orientada hacia todo y, por supuesto, hacia el propio cuerpo y hacia el entorno. Son los años en que niños y niñas quieren saber por qué son diferentes unos de otras, cómo nacen los bebés, cómo son los adultos y, también, es la época en que comienzan las preguntas acerca de la vida sexual de los padres. Todas estas dudas son perfectamente naturales: surgen del desarrollo físico, intelectual y emocional, y habrán de responderse de la manera más sencilla y veraz, sin mentiras, sin pena, pues hay que entender que para ellos tales preguntas no tienen ninguna carga: son resultado de la curiosidad natural, de una curiosidad como la que sienten hacia cualquier otro asunto. Resolver las dudas infantiles acerca de la sexualidad, con la sencillez propia para estos años, permite que niños y niñas adopten frente a estos temas una actitud de sana naturalidad.
Para responder correctamente a las inquietudes de niños y niñas en materia sexual es decisiva la disposición que se adopta, pues según sea la actitud que el adulto tenga hacia la sexualidad y hacia sí mismo ofrecerá un ejemplo con el que los menores manejarán su propia sexualidad. Que los padres se muestren con naturalidad, empatía, cercanía, confianza y atención hacia lo que sus hijos plantean, permitirá promover una educación sexual positiva. Son los años en que, por virtud del desarrollo físico y emocional, como ya se ha dicho, niños y niñas tienden a tocar sus genitales: se están conociendo. Es muy importante que cuenten con la guía y la comprensión de sus padres, quienes necesitan saber que las sensaciones que sus hijos experimentan no los dañan.
El autoerotismo infantil existe y no tiene por qué ser reprimido ni castigado, debe encauzarse, haciendo que los pequeños comprendan el respeto a la intimidad y a los sentimientos de los demás. El autoerotismo es normal mientras no se convierta en la única forma de obtener satisfacciones, afectos o logros; si el menor deja de hacer otras cosas -jugar, aprender, relacionarse con los demás, salir- por entregarse al autoerotismo, ello es indicio de que vive angustiado o de que tiene algún problema que canaliza de ese modo. Conviene que un especialista lo atienda, pues seguramente estará necesitado de ayuda. El autoerotismo no es lo que causa la ansiedad, sino la ansiedad, ocasionada por muchas otras causas, es la que provoca la persistencia de esa conducta en algunos pequeños.
Si durante esta etapa en que los niños son preguntones, se da el caso de que alguno por timidez no pregunte, convendrá que los maestros sirvan de puente y sugieran a los padres que busquen la manera de plantear el tema en los momentos de convivencia familiar, durante la comida, por ejemplo. Si los padres hablan de matrimonio, de amor, de embarazo, de nacimiento, etcétera, crearán un ambiente de confianza en el que el pequeño sentirá que en su hogar se puede hablar de todo. Desde luego deberá hacerse de acuerdo con la edad de los pequeños y teniendo en cuenta las implicaciones de todo lo que se diga.
En esta etapa también pueden presentarse, en familias de tipo nuclear, tendencias de carácter sexual hacia los progenitores. Entre los 3 y los 5 años, hay un momento en el que algunos niños quieren a su mamá toda para ellos, y otro tanto ocurre con algunas niñas respecto de su papá. Frases como "me quiero casar contigo" o "quiero ser tu novia" son frecuentes en estos casos, igual que ciertas conductas de hostilidad hacia el progenitor del mismo sexo.
Ante esta situación, ambos padres habrán de ser cuidadosos: el padre debe mantenerse en su lugar de esposo, y la madre no alimentar con hechos ni con palabras esa clase de amor. Una madre no debe llamar a su hijo "mi hombrecito", o "mi noviecito"; ni un padre, llamar a su hija "mi noviecita" o "mi mujercita". Esos son los papeles que a ciertos niños y niñas les gustaría asumir y a los que deben renunciar, mientras más pronto mejor.
Los padres no deben preocuparse demasiado, pero tampoco ser indiferentes ante dichas inclinaciones que manifiestan sus hijos y, mucho menos auspiciarlas, ya que podrían contribuir a que el padre o la madre, entusiasmados con el apego filial consideren a su hijo o a hija de su absoluta propiedad, lo mantengan aislado del resto de las personas o le impidan ser independiente. Tampoco es conveniente que "para que no se haga ilusiones" los rechacen en todo y los traten con extrema dureza. Cuando el padre o la madre tienen claro su papel y se conducen como lo que son con sus hijos, aseguran y fortalecen su posición única en el cosmos afectivo de los hijos.
¿Qué recomendaciones pueden hacer los maestros y las maestras a los padres de familia con niños en edad preescolar? Una, muy importante, ya la hemos mencionado: la actitud con la que los padres deberán hablar con sus hijos e hijas cuando éstos pregunten acerca de temas sexuales: una actitud de naturalidad, sin miedos ni vergüenzas, sino de confianza, respeto y atención; sin solemnidad ni artificio, aunque sí con la delicadeza suficiente que requiera el tema. Esta actitud es válida para cualquier edad de los hijos, pero particularmente importante con los infantes.
Hay que escuchar exactamente qué quieren saber los menores, qué sentimientos o miedos están detrás de las preguntas que formulan. Es preciso saber qué se imaginan, así como qué situación o persona motivó la duda. Lo mejor en estos casos es pedir al niño o a la niña que explique lo que cree saber acerca del asunto que causa su inquietud. Eso dará a los padres una idea del nivel de complejidad que su hijo o hija es capaz de recibir en la respuesta, pues así como hay que desterrar conceptos erróneos, tampoco conviene responder con explicaciones que no estén al alcance del pequeño por su complejidad o profusión.
Por ejemplo, una de las cuestiones que más inquieta a los niños es saber cómo nacen. Desde temprana edad ellos ya saben que nacen del cuerpo de su madre, pero sus preguntas ahora exigen más detalles. Lo conveniente es propiciar un diálogo a través de preguntas y respuestas, de tal modo que el adulto conozca la idea que al respecto tiene la niña o el niño: "Tú, como crees?" Las respuestas generalmente varían y, a veces, son formuladas como pregunta: "¿Como los gatos?" En estos casos conviene pedir a los niños que expliquen la idea que tienen: "¿Por qué crees que es así?" Luego de escuchar la explicación del niño es preciso confirmar sus aciertos y plantearle otra pregunta o alguna explicación que cuestione el aspecto equivocado de su idea. Si el niño ha dicho, por ejemplo, "Como los gatos" conviene destacar las semejanzas y las diferencias; hablarle del entendimiento, de los sentimientos y del acuerdo que debe existir entre las personas que deciden tener un bebé. Con todo, es muy probable que los niños demanden más detalles: "¿Por qué se forma el bebé y por qué es hijo de un hombre y una mujer?" Éste es el momento en el que convendrá una explicación como la siguiente: "Cuando dos personas se quieren pueden tener un hijo como tú. Esas dos personas son el papá y la mamá"... "¿Cómo tú y mi papá?" "Sí... el hombre pone dentro de la mujer una semilla que va creciendo aquí"... "¿En la panza?", "Sí, en el vientre, ahí va creciendo y creciendo y a los nueve meses nace un bebé".
Conversaciones de este tipo son de gran utilidad para el niño o la niña, pues, sin haber recibido una lección de obstetricia, comienzan a entender cómo nacen realmente los niños y, sobre todo, sienten confianza hacia sus padres: ellos saben y entienden sus dudas. Niños y niñas suelen poner a prueba la sinceridad de sus padres y no es extraño que busquen la ocasión de volver a plantear su pregunta frente a la gente. En estos casos, el adulto deberá responder lo mismo. De ese modo reafirmará la confianza de su hijo o hija y, principalmente no dará a estos temas un carácter clandestino.
De lo que se trata es de que el menor encuentre en sus padres el apoyo y la comprensión que necesita para desarrollarse sanamente, sin vergüenzas, sin culpas, ni mentiras. De ahí que los padres nunca deban reprobar una pregunta, sino encauzarla dando a sus hijos la oportunidad de desarrollarse sanamente.
5.2. LA SEXUALIDAD EN PRIMARIA (7 A 12 AÑOS)
Para la gran mayoría de los niños, la primaria representa el ingreso a un mundo completamente nuevo, pues, aunque la mayor parte hayan asistido ya a preescolar, la experiencia de la primaria no tiene precedentes: una sociedad "inmensa" donde hay infinidad de niños y de niñas, donde el objetivo es aprender, donde existen horarios, exámenes, tareas; un corto tiempo destinado al recreo y el resto a materias y materias. De pronto, la palabra responsabilidad adquiere para ellos un contenido muy preciso: la escuela. Es una nueva sociedad con nuevas reglas, no sólo las que establece el maestro o la maestra, sino las que establecen los compañeros, los demás con los que se interactúa, y con quienes se aprende a dar otros primeros pasos, los que conducen definitivamente hacia la socialización y el aprendizaje.
La escuela primaria representa una ampliación del mundo: a la casa y al patio de la casa o del vecino, a la cuadra donde se juega se añade el espacio de la escuela. "La etapa escolar marca una transición entre dos estilos de vida: el primero, protegido absolutamente en el ambiente familiar y el segundo, expuesto a situaciones totalmente nuevas"3. En estos años, los niños van adquiriendo mayor independencia, seguridad, autonomía. Y, hay que decirlo nuevamente: las bases afectivas y de comunicación con sus padres y maestros resultan fundamentales.
La ampliación del mundo en esta etapa no sólo es espacial: nuevas relaciones humanas, nuevas opiniones, formas de entender distintas a las del hogar que van presentándose. Muy pronto, la escuela adquiere carta de naturalización en la vida de niños y niñas y se convierte en su quehacer fundamental: los periodos de clases y de vacaciones, así como las tareas cotidianas estructuran la infancia, la sujetan a un ritmo; la vida de los niños se vuelve estable: ya saben lo que tienen que hacer en ese mundo a escala, en esa pequeña sociedad que es la escuela, donde su responsabilidad principal es estudiar.
En esta época, la vivencia del tiempo hace que las horas se experimenten largas: las semanas y los meses duran una eternidad para ellos. Las nuevas obligaciones, tanto las del hogar como las de la escuela, aunadas al ejercicio y el deporte, así como la franca incorporación a una vida más sociable, dan una nueva orientación a la vida de niños y niñas; sin embargo, el interés por el sexo sigue: las prácticas de autoerotismo no desaparecen y se dan ciertos juegos en los que quien pierde "debe hacer cosas" como gritar, enseñar los calzones o dar un beso a alguien. Juegan también a tener novio. Estos juegos frecuentemente tranquilizan a niños y niñas respecto de su identidad sexual.
La escuela demanda el uso y el ejercicio de la inteligencia; los niños van satisfaciendo su curiosidad de conocimientos y, poco a poco, se conforman menos con explicaciones simplistas y concretas; piden más: quieren saber las causas, piden y son capaces de recibir explicaciones más abstractas, más generales, más complejas. Está formándoseles el critero, esa capacidad tan importante para el equilibrio mental de los individuos. El "por qué", manifestado en la etapa preescolar, que se satisfacía con una explicación del funcionamiento, comienza a volverse el "por qué" que cuestiona la validez o el sentido. Así, si antes, una niña preguntaba, por ejemplo, ¿por qué murió mi abuelita? y se quedaba satisfecha con la explicación: "Murió porque estaba muy enferma", ahora, el "por qué" se dirige, más bien, a por qué tiene que ser de ese modo, a por qué tiene que suceder así.
Una vez más, es absolutamente necesario que las respuestas estén apegadas a la verdad y por ello -si como muchas veces pasa, el adulto no tiene la contestación a todas las preguntas- es preferible que conteste con un sincero "no sé". Esta respuesta, obviamente, no sacia la duda, pero da la oportunidad al niño de que conozca la honestidad e, incluso, la oportunidad de que juntos busquen la respuesta en los libros o consulten a una persona que pueda tener más conocimientos.
De igual modo, ese juicio crítico que se está desarrollando en niños y niñas durante la etapa escolar, a veces se endereza como una declaración de inconformidad ante la incongruencia de ciertas conductas del adulto. Por ejemplo, si como suele ocurrir -y qué bueno que así sea- a un niño se le educa para que siempre diga la verdad, ¿qué hacer el día en que alguno de los padres considera necesario ocultarse y pide a su hijo que diga que no está en casa? Con sobrada razón el niño preguntará: "¿Por qué tú sí y yo no?" En estas ocasiones lo peor que puede hacerse es contestar: "¿Por qué tú no y yo sí?, porque aquí mando yo". Las respuestas en las que se afirma la autoridad irracional frenan el desarrollo del buen juicio y la confianza en el propio pensamiento, pues muestran que la razón está por debajo de la fuerza, que la fuerza bruta es la última instancia. En vez de dar una contestación autoritaria, que contradice las enseñanzas que los padres han procurado inculcar en sus hijos, es preferible ofrecer a éstos una explicación acerca de las excepciones a las reglas; excepciones que, a veces, son inevitables para poder vivir. Con ello también se forma el criterio, pues, nos guste o no, el mundo adulto, al que tarde o temprano entrarán niños y niñas, no es blanco o negro y, precisamente la educación y esa capacidad crítica que están desarrollando serán lo que les permitirá salir adelante.
A los niños siempre hay que contestar con la verdad y con razones: la verdad y las razones no tienen por qué ser simples.
Durante los primeros años de la etapa escolar, niños y niñas parecen estar más alejados que nunca: los niños se juntan con los niños y las niñas con las niñas. Es una época en la que tienden a asimilar los estereotipos sexuales. Habrá que procurar, tanto en el aula como en la orientación que se da a los padres, que las diferencias entre unos y otras no se interpreten como desventaja o ventaja, inferioridad o superioridad, pues cada quien vale, antes que nada, por ser persona y por el esfuerzo, constancia y empeño que pone en superarse. En la temprana adolescencia, la exhibición y comparación de los órganos sexuales, es frecuente entre los varones. Estas prácticas son normales y representan un medio de descargar las tensiones sexuales, saciar la curiosidad y, por medio de las comparaciones, tranquilizar los temores ante alguna posible anormalidad. Es también la época en la que unos y otras se enamoran de sus maestras o maestros, o de un ídolo juvenil, o de algún amigo o amiga durante las vacaciones y cuando comienzan a hablar de niñas bonitas o de niños guapos. También se caracteriza por el interés que les despiertan los temas y palabras sexuales: les llaman la atención los chistes de color; la fantasía hace que alguno invente aventuras en las que se presenta a sí mismo como protagonista o como testigo para concentrar así la admiración de sus compañeros o compañeras.
Todos estos juegos y actividades no entrañan ningún peligro salvo, claro, cuando están dirigidos por un adulto. Obviamente, conviene vigilar y orientar a los niños y niñas para que se prevengan de algún posible abuso por parte de un adulto.
También en esta etapa la comunicación entre los padres y los hijos es importantísima. Entre los once y doce años la curiosidad acerca de los temas sexuales aparece mucho más perfilada: quieren saber, por ejemplo, qué es un condón y cómo se pone, a qué edad comienza el hombre a eyacular, cuándo empieza la menstruación, qué es el orgasmo, qué es la virginidad, a qué edad pueden tenerse relaciones sexuales, que es la homosexualidad, etcétera.
Los niños y las niñas en edad escolar están inmersos en un mundo en el que prácticamente no hay fronteras: la casa con radio y televisión, la escuela con un sinfín de amigos y de compañeros, la calle con sus puestos de revistas y, en general, el contacto con toda clase de personas hacen un contexto en el que cualquier tipo de información pueda estar al alcance. De ahí la importancia de que la escuela y el hogar ofrezcan una orientación adecuada, sana, veraz y principalmente formadora del criterio. Es necesario que niñas y niños entiendan, y para que entiendan es forzoso que sepan.

5.3 LA SEXUALIDAD EN SECUNDARIA (13 A 15 AÑOS)
Los años de la secundaria coinciden con los mayores cambios en el desarrollo de niños y niñas: cambios hormonales que traen consigo la aparición de las llamadas características sexuales secundarias: vello púbico, modificación de la voz, crecimiento de senos, menstruación, ensanchamiento de caderas, aparición del bigote, etcétera. Ocurre también una mayor apropiación del lenguaje, de la capacidad expresiva y de las estructuras lógicas. Así, del pensamiento concreto, regularmente característico de la infancia, en el que se piensa uno por uno los problemas que se van presentando, se pasa a pensamientos más abstractos y generales, lo que permite hilar los problemas y contrastarlos entre sí. También hay cambios en las emociones: en esta etapa se cristaliza la personalidad y va surgiendo un impulso de afirmación que se tornará completamente franco cuando el individuo llegue al centro de la adolescencia. Estos cambios, como todos los que en el libro se mencionan, son obviamente generalizaciones que no deben tomarse como una regla.
A estos cambios se suman también las diferencias entre la escuela primaria y la escuela secundaria: de un sistema en el que los niños tienen, en la mayoría de los casos, una sola maestra o maestro por año, se pasa al maestro por materia y ello ocurre, precisamente, cuando más falta hace una mayor vinculación maestro-alumno, pues son los años en los que, jovencitos y jovencitas, justamente por estar experimentando tantas transformaciones, tienen como principal inquietud comprenderse a sí mismos, comprender sus cuerpos, sus sentimientos, las relaciones con su familia, con sus compañeros y, en general, con el mundo. Es cuando más orientación requieren.
Esta búsqueda de sí mismos, saber quiénes son y qué hacer con sus vidas, es característica de los adolescentes. Entre la niñez, cuando la identidad se encuentra en la familia y niños y niñas son como un espejo de lo que se piensa en sus casas, y la madurez en la que ya se ha elegido una forma y unos valores con los que uno se identifica, está la adolescencia, esa etapa en la que ya no se es niño, pero tampoco adulto.
Los maestros y las maestras de secundaria han de ser particularmente conscientes de la situación en que se encuentran sus alumnos, pues atraviesan unos años en los que, al presentarse tanto cambio, puede sobrevenir la angustia. Es la etapa cuando, quizá como en ninguna otra, hace más falta la orientación en asuntos de tipo sexual. Aparecen la menstruación, las eyaculaciones nocturnas, la necesidad de los jovencitos y jovencitas de integrarse a toda costa al grupo de sus contemporáneos, de ser admitidos y aceptados por éstos. También es cuando la sexualidad se intensifica: está omnipresente en las conversaciones, en los chistes, en los fantaseos. A unos y a otras les interesa saber lo que le ocurre al sexo opuesto, quieren saber lo que representan los cambios que están sobreviniendo en sus cuerpos, hasta dónde alcanzan sus capacidades físicas, qué consecuencias tiene la masturbación, la cual a veces en esta etapa se vuelve más frecuente. Las dudas y preguntas relacionadas con sus cuerpos son muchas y muy variadas: surge la preocupación de tener alguna anomalía física. En los varones, por ejemplo, tener el pene pequeño, en las mujeres, no tener los senos del tamaño deseado.
Si en esta época se presenta el silencio o la indiferencia de maestros y padres de familia respecto de los temas sexuales -que con tanta urgencia necesitan conocer los jovencitos y las jovencitas- ello hará que éstos busquen información en cualquier parte: con un amigo o amiga, generalmente mal informados, pero que "saben escuchar" y contestan con naturalidad; o en revistas donde la sexualidad se aborda desde el ángulo de la pornografía. Otra consecuencia grave del silencio y la indiferencia será que los jóvenes se sientan solos e incomprendidos, pues los asuntos que realmente les preocupan no parecen interesar a los mayores a quienes quieren y en quienes confían.
Es indispensable en esta etapa que, tanto en el hogar como en el aula, puedan plantearse y discutirse los temas sexuales, que los jóvenes sientan confianza en sus padres y maestros, y que sea de ellos de quienes reciban una orientación sana y responsable, pues no olvidemos que es en estos años, precisamente, cuando los alumnos ya están en condiciones de procrear. La importancia que en esta etapa adquiere el valor del respeto hacia uno mismo, hacia los demás y hacia los seres que pueden engendrarse, resulta decisiva.
Los años de secundaria son especialmente conflictivos, pues los cambios físicos, mentales y emocionales mencionados, suponen una serie de desajustes para los que el individuo todavía no tiene el cúmulo de experiencias que le permitirían poder manejarlos y, sin embargo, sí tiene ya a su alcance, por el actual contexto social, la posibilidad de cometer actos de los que pueda llegar a arrepentirse.
En esta edad, las relaciones sexuales ya pueden ocurrir. Por lo que los peligros de contagio de las llamadas infecciones de transmisión sexual (ITS) -antes conocidas como enfermedades venéreas- así como los embarazos no deseados pueden presentarse. Es necesario que maestras y maestros planteen y discutan en clase los temas sexuales en el contexto de los valores, que hablen de la relación de la pareja y de la responsabilidad; que hablen del placer y también del respeto hacia el propio cuerpo, hacia uno mismo y hacia los demás y, si les es posible, que propicien que los padres y las madres de familia se acerquen a sus hijos e hijas para orientarlos e informarlos.
La educación sexual, que en esta etapa requieren, debe centrarse tanto en la información objetiva como en la conciencia de la responsabilidad que los propios actos acarrean. En esta etapa también es importante desarrollar un marco de valores que impulsen la autoestima de los jóvenes y que los ayude a ser críticos de sus actos. Es muy importante que en esta etapa los adolescentes posean una idea clara de su valor como personas, del valor de la integridad y la dignidad, para que no se sometan a la presión de grupos de jóvenes que imponen, como condición para aceptar a sus miembros, un sometimiento absoluto que, en ocasiones, puede llegar a consistir en actos que denigran a la persona. El joven necesita sentirse aceptado por sus pares, pero si su autoestima es alta se asegurará de que sus pares sean dignos de él y no necesitará ser aceptado a cualquier precio. Si el joven, en cambio, posee de sí mismo una imagen deformada, pobre, mal construida por hallarse en un ambiente familiar o escolar en donde sus asuntos no cuentan, ni son ventilados, será más fácilmente víctima de los grupos que intenten inducirlo al consumo de drogas, a prácticas sexuales infamantes o a otras acciones que denigran.
Los valores que el joven ha venido adquiriendo a lo largo de su vida necesitan ser reforzados y clarificados, pues se halla en la etapa en que busca intensamente su propia identidad y en que entiende el amor bajo una óptica totalmente romántica, o sea, cuando lo amado se idealiza hasta volverse sublime y se aspira a una perfección sin mácula. Para muchos estas motivaciones son, junto con las necesidades sexuales, lo más apremiante.
4 Según datos del Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre VIH/SIDA (ONUSIDA), más del 50 por ciento de las infecciones causadas por el virus de inmunodeficiencia humana se producen en la actualidad en jóvenes entre los 10 y los 24 años de edad, lo que significa que en el mundo se infectan 7 000 jóvenes diariamente.
Discutir, plantear el valor del respeto, los problemas relacionados con la sexualidad y, sobre todo, fomentar que cada muchacho y muchacha fortalezca su criterio y asuma su vida con responsabilidad son tareas a las que maestros y maestras de secundaria debemos dedicar un esfuerzo especial, pues, a diferencia del vínculo estrecho que posibilita la escuela primaria, donde el docente es el encargado de todas las materias de un año escolar y con quien habrán de verse todos los temas y los asuntos, en la escuela secundaria el docente es el responsable de una disciplina y de unas cuantas horas por semana con cada grupo. Es cierto que la complejidad de los temas y la profundidad en que deben tratarse obliga a que así se estructure la secundaria; pero también es verdad que la complejidad de las necesidades de los muchachos de esta etapa escolar exige de sus maestros de secundaria respuestas y orientaciones que van más allá de sus disciplinas específicas, pues los alumnos y las alumnas están, por su edad e independientemente de su condición social, ante peligros cuyas consecuencias pueden resultar irreparables.

6. LA SEXUALIDAD EN LAS PERSONAS CON DISCAPACIDAD 
Los niños y las niñas con alguna discapacidad física no tienen por qué ser tratados de manera diferente que los demás: la sexualidad en ellos se desenvuelve del mismo modo que en el resto de los niños. En todo caso, el empeño ha de centrarse para que, precisamente, en el aula y en la escuela puedan tener las mismas condiciones: que no se les excluya, sino que, teniendo en cuenta las particulares limitaciones de cada uno, se busque la forma de integrarlos. El asunto no es desplegar una actitud de sobreprotección, sino de respeto, pues cada niño o niña, al margen de sus impedimentos físicos ha de ser tratado como persona y ha de tener derecho a que su vida transcurra en un ambiente que no destruya su autoestima. El maestro deberá prepararse para llevar a cabo esta ayuda, pues dependiendo del tipo de discapacidad del alumno será necesario brindar al alumno un apoyo especial. Así, por ejemplo, si se trata de un alumno invidente, hará falta que se refuerce la información por la vía auditiva, para sufragar la que no recibe por la vía visual. Un niño discapacitado debe ser tratado como a cualquier otro niño; pero el maestro habrá de asegurarse de que en verdad esté recibiendo los mismos contenidos informativos que aquellos que no tienen ninguna discapacidad.
Capítulo aparte merecen los niños y las niñas con deficiencia mental, pues ellos, a diferencia de quienes no presentan este tipo de discapacidad, no logran deducir fácilmente, de las experiencias que van teniendo, las normas generales de la convivencia social: los esquemas de lo que es correcto-incorrecto, aceptable-inaceptable. Estos niños y niñas necesitan una mayor cantidad de experiencias y un esfuerzo extra de sus padres y maestros para poder adquirir dichos esquemas, pues, precisamente, su discapacidad mental bloquea esos procesos de generalización que permiten que los demás niños sí puedan adquirirlos. Así, si resulta importante una educación sexual integral para los niños que no presentan discapacidad mental, con más razón resulta indispensable una educación que ayude a asumir y comprender de manera positiva su sexualidad a los niños con esta clase de discapacidad, como se mostrará en seguida.
Hay que considerar que en ellos se presentan una baja autoestima, un débil control de los impulsos, una baja tolerancia a la frustración, una escasa comprensión y, en consecuencia, que todos estos factores los conducen a la búsqueda de la gratificación a través de las sensaciones placenteras. Si la educación sexual no se inicia desde la infancia será muy difícil hacerles entender, cuando lleguen a la adolescencia, que lo que se busca es evitar que se hagan daño, y que agredan u ofendan a la sociedad. Es fundamental hacerlos conscientes -como a cualquier niño, aunque en estos casos con mayor énfasis- de que existen conductas públicas y conductas privadas, que con las públicas ha de tenerse cuidado de no ofender ni agredir y que hay otras que sólo deberán hacerse en privado; aunque estas últimas no por ser privadas puedan atentar contra la propia salud. Así, por ejemplo eructar, arrojar gases, rascarse los genitales, masturbarse, desnudarse, son conductas que sólo deberán hacerse en privado.
Con los niños y niñas que presentan discapacidad mental severa también habrá de tomarse en cuenta que su nivel de comprensión lingüística es muy bajo y que, por lo tanto, 5 Cf. Katz Guss, Gregorio, "La sexualidad en las personas con deficiencia mental" en Antología de la sexualidad,Vol. III, México, CONAPO/ Miguel Ángel Porrúa, 1994. la información deberá repetirse varias veces, con las palabras más sencillas y de distintas maneras, a fin de comprobar que han entendido. También, a causa de estas limitaciones lingüísticas debe considerarse la dificultad que tiene el discapacitado mental para entender su sexualidad y elaborar y externar sus dudas.
Es muy importante que quienes padecen discapacidad mental comiencen desde la infancia a distinguir las conductas privadas de las conductas públicas y, muy especialmente, en función de la sexualidad; de lo contrario -como ya se ha dicho- resulta muy difícil lograrlo en la adolescencia, cuando la necesidad sexual irrumpe plenamente. Si se consigue inculcar en estos niños y niñas los conceptos de conductas públicas y conductas privadas (sin agredirlos por manifestar su curiosidad sexual, respetándolos por manifestar sus inquietudes) estarán en mejores condiciones de enfrentar las demandas sexuales que aparecen en la adolescencia.
Sabemos que los padres de niños o niñas con discapacidad mental suelen atravesar por varias etapas: negación (no aceptan que su hijo o hija tenga esa discapacidad), rechazo, duelo y aceptación. Es importante que maestros y maestras ayuden a los padres de familia o los canalicen con un especialista para que superen dichos sentimientos, pues si a la discapacidad mental se aúna la carencia de afecto, podrían ocasionarse en el futuro de esos niños y niñas conductas sexuales difíciles de controlar.
En el adolescente con discapacidad mental no suelen darse las preocupaciones que aparecen en los adolescentes sin este grado de discapacidad: no los inquieta la aparición de los caracteres sexuales secundarios, ni su identidad, pues al no llegar a la etapa en que se consiguen las operaciones formales no se redescubren ni conquistan la capacidad crítica. En ellos, el problema principal será no haber conseguido un autocontrol, pues las necesidades sexuales tienden a ser actuadas espontáneamente, sin ningún control moral. De ahí la especial importancia de brindar una específica educación sexual desde la infancia a quienes presentan discapacidad mental, y lo indispensable de que hayan aprendido la frontera entre las conductas privadas y las conductas públicas antes de que lleguen a la adolescencia.

7. LA HOMOSEXUALIDAD 
La homosexualidad representa una realidad y un conflicto. Una realidad, porque -ya sea por factores genéticos, por condicionantes sociales o por la combinación de unos y otros. Existe un número considerable de personas que tienen esta identidad sexual. Y es también un conflicto, porque esa forma no es aceptada por la mayor parte de la sociedad y, frecuentemente, tampoco por los mismos individuos que la viven. Esta situación de rechazo y, en ocasiones, de autorrechazo, agrava la cantidad y la calidad de los problemas de las personas que presentan esa identidad.
Recientemente, se ha llegado a hablar del derecho que cada quien tiene a elegir su identidad sexual y se ha planteado la homosexualidad como una preferencia. Se admita o no ese derecho, y ya sea que el homosexual pueda ser reconocido o no como un modo de normalidad individual, lo que sí debemos tener por seguro es que el homosexual debe ser respetado como persona. No es el caso plantear la antipatía ni la simpatía, sino el respeto que surge de una necesaria actitud de tolerancia. La educación ha de contribuir a que la mayor parte de los núcleos sociales que no manifiestan su sexualidad de esa forma aprendan a mirarla con respeto. La actitud de respeto implica el reconocimiento de que estas personas tienen derecho a ser respetadas.
El respeto, obviamente, excluye la burla y la discriminación: actitudes que lastiman y perjudican no sólo a quienes las sufren, sino a quienes las practican, porque cancelan la posibilidad de comprender lo que es distinto y, con ello, que nos comprendamos a nosotros mismos.
La educación integral, al propiciar las condiciones que permiten un ambiente de mayor comprensión, tolerancia y respeto, puede contribuir a aminorar las causas que, en ocasiones, llevan al homosexual a tener que reafirmarse mediante la provocación y otras actitudes retadoras que agudizan el conflicto y perpetúan la discriminación en su contra. Los adultos que, por su propia condición, deciden tener relaciones homosexuales lo hacen bajo su responsabilidad. Lo que no habrá de permitirse, desde ningún punto de vista, es que alguien pretenda inducir a un menor a este tipo de prácticas.
Acerca del origen de la homosexualidad hay distintas hipótesis, ninguna de las cuales es hoy definitiva. Así, entre otras explicaciones, existe la teoría hormonal; ésta propone -extrapolando para los seres humanos el resultado de algunos estudios efectuados en animales a los que se les modifica el comportamiento sexual con hormonas- que las hormonas podrían ser la causa. Otra teoría se basa en las supuestas diferencias anatómicas que hay -en una zona del hipotálamo, en la llamada Núcleo Intersticial Anterior 3- entre los heterosexuales y los homosexuales; sin embargo, el estudio en que se apoyó esta hipótesis fue realizado en un pequeño número de casos y las conclusiones fueron poco convincentes. Una teoría más es la del origen genético, según ésta hay, al parecer, en el DNA un gen de la homosexualidad masculina que se encuentra en la región Xq28 del cromosoma X. Existen también teorías psicosociales, una es la freudiana que propone que en el ser humano se da una bisexualidad innata que hace que el homosexualismo sea una tendencia latente. Aunque también hay otras teorías psicoanalíticas que rechazan la bisexualidad innata y explican el origen de la tendencia homosexual a partir de ciertas experiencias tenidas en la infancia y la adolescencia. Uno de los modelos de dichas experiencias es el que se establece con el siguiente patrón paterno: madre posesiva y dominante, padre hostil y lejano. También está la teoría de la multideterminación de factores psicodinámicos, socioculturales, biológicos o situacionales. Existen muchas teorías acerca de los factores que originan la homosexualidad, aunque, como hemos señalado, ninguna se ha demostrado plenamente.
A propósito de los menores, hemos de mantener una especial vigilancia para impedir que puedan ser víctimas de prácticas sexuales, sean de tipo homosexual o heterosexual: los niños, las niñas y los jovencitos tienen el derecho esencial a ser respetados no sólo en lo relativo a su cuerpo, sino a su persona. Por otra parte, es conveniente pensar que ciertas actitudes que pudieran presentar algunos niños o niñas no deben prejuzgarse: un niño con actitudes femeninas o una niña con actitudes masculinas no necesariamente estarán manifestando con esas conductas una orientación homosexual, sino que, muchas veces, lo que manifiestan con ellas es un rechazo al estereotipo, a su papel de género. Los maestros y maestras habrán de procurar, con todos los medios de que dispongan, que cada uno de sus alumnos sea respetado para que pueda desenvolverse como ser humano.

8. REFLEXIONES SOBRE LA ADOLESCENCIA
En México que cuenta con una gran diversidad de grupos étnicos, de grupos sociales que viven en tan distintas geografías, con tradiciones culturales de tantos tipos y en donde, además, se da todo el amplísimo espectro de los niveles sociales, resulta muy difícil establecer un concepto único de adolescencia. Es obvio que los adolescentes mexicanos son distintos en el sur y en el norte, en las ciudades y en el campo, y en cada una de las clases sociales. También, es verdad que en algunas comunidades el paso de la niñez a la vida adulta cancela la aparición de la problemática adolescente. Sin embargo, hay algunas características muy generales que permiten formular un concepto aproximado que puede resultar útil para los maestros y las maestras de secundaria.
La adolescencia es la etapa de la vida que se caracteriza por la búsqueda de la identidad; cuando las preguntas acerca de ¿quién soy?, ¿qué futuro tendré?, se vuelven totalmente apremiantes. Los cambios físicos, emocionales y mentales que ocurren en esta etapa, y a los que ya nos hemos referido, traen como consecuencia que las expectativas de la infancia, los valores familiares que dominaron en ese tiempo, las viejas prácticas, las actividades que al niño o a la niña solían gustar, sus aficiones y hasta sus creencias más firmes o, en una palabra, todo aquello que daba en la infancia certidumbre y estabilidad, entra en crisis. En la adolescencia se presenta normalmente un replanteamiento de todo. El joven ejercita su capacidad crítica, cuestiona lo que había considerado válido y verdadero y entra en conflicto con el mundo que lo rodea, pues no sólo descubre contradicciones en su familia o en la sociedad, sino incongruencias entre lo que es y lo que podría o debería ser: entre la realidad y sus ideales.
La adolescencia es la época de la vida en que más conflictos se presentan: los jóvenes, frecuentemente, entran en contradicción con la familia, con la escuela, con los valores establecidos, con la cultura dominante, con todas aquellas instancias revestidas de una u otra forma de autoridad. La inconformidad del adolescente también se expresa a través de su gusto por cierto tipo de música, en su forma de vestir y hasta en el uso de un lenguaje propio o jerga generacional. El mundo, tal y como está, no convence a los adolescentes y, por otro lado, no han despejado la incógnita acerca de su propia identidad. Ya no son el niño o la niña con los que se identificaban, pero tampoco son, todavía, el adulto que, de alguna manera, ya ha resuelto quién es; no son totalmente dependientes, pero tampoco totalmente autónomos. Esta situación lanza al adolescente a la búsqueda de personas de su misma edad. La necesidad de encontrar su identidad despierta en el joven el impulso de integrarse con otros como él; lo lleva a formar un grupo donde todos sean más o menos contemporáneos, donde todos tengan los mismos gustos, las mismas inquietudes, las mismas dudas y, por supuesto, las mismas angustias, pues los cambios físicos, emocionales y mentales, aunados a los conflictos que se presentan con la autoridad, pueden generar en el joven sentimientos angustiosos de incomprensión y soledad.
Si a estas características se agrega la enérgica irrupción de los deseos sexuales, el cuadro de la adolescencia se complica aún más. Y en efecto: si antes la sexualidad había ya permeado la vida, ahora el apetito sexual está presente de un modo totalmente franco. ¿Qué hacer como maestros y maestras, cómo orientar a los padres de familia y, sobre todo, a los jóvenes? Conocer y entender los cambios que están ocurriendo en ellos y recordar nuestra propia adolescencia es un paso fundamental, pues nos dispondrá a deponer las actitudes autoritarias o de condescendiente paternalismo, que también, recordémoslo, en nuestra propia adolescencia nos resultaban repulsivas. Por fortuna, muchos tuvimos la suerte de conocer en nuestra juventud a un maestro o maestra, a un tío o tía, a un verdadero amigo mayor que, sin renunciar a su condición de adulto y a su experiencia en la vida, supo encontrar en su actitud y en sus palabras el modo de aconsejarnos, de advertirnos, de hacernos pensar en las consecuencias de nuestros actos sin provocar en nosotros el rechazo o la ruptura de la comunicación. Hoy, como entonces, los adolescentes necesitan más o menos lo mismo: alguien que lejos de impacientarse, en vez de dejar caer sus opiniones como si fuesen la última palabra, sepa tratarlos con respeto sin perder la autoridad. Para muchos adolescentes la autoridad es repudiable porque es sinónimo de autoritarismo dogmático, pero, en cambio, están abiertos a aceptar la autoridad de quien se gana la autoridad: de quien se la gana por ponerla a prueba en un terreno de razón: con argumentos, con pruebas.
No es el caso adoptar la demagógica postura del "somos iguales, muchachos": las canas, la calvicie, la falta de lozanía de nuestra piel nos delatan, hacen manifiesto que el tiempo que les llevamos de ventaja nos ha dado irremediablemente más experiencias. Y es precisamente por ello que tampoco necesitamos, como maestros o como padres, apelar a la lacónica imposición de nuestro punto de vista, al "aquí mando yo" o al "yo sé más que tú". Exhibiendo los argumentos que la experiencia nos ha dado, aportando las pruebas que hemos recogido de la vida, gracias a nuestra edad, es como podemos lograr que los jóvenes estimen nuestros consejos. Es así como se conquista, a los ojos del adolescente, una autoridad no repudiable, pues, para ellos igual que para nosotros, maestros y maestras críticos, la autoridad respetable no es la que pretende imponerse, sino la que se gana con legitimidad.
Aunque el adolescente comprende a la perfección las relaciones causales, es decir, que a todo acto sigue una consecuencia, su comprensión -precisamente por la falta de experiencias- se da, en muchos casos, en un plano abstracto como un mero saber intelectual, y eso hace que en su práctica cotidiana el adolescente no crea realmente que a él pueda llegar a ocurrirle lo que sí pasa a otros. En la adolescencia se tiene la impresión de una relativa independencia entre actos y consecuencias. Es la vida la que cierra esta brecha haciendo que comprendamos -a veces demasiado tarde- lo inconveniente de algunos comportamientos. Y por ello, muchos jóvenes sienten que lo que saben que pasa-enfermedades sexuales, embarazos no deseados, drogadicción, accidentes- no podrá sucederles a ellos, pues esas cosas siempre les ocurren a otros: a ellos nunca. Habría que mostrarles que nadie está a salvo y no sólo apelando a estadísticas -que por su propia naturaleza son generales y abstractas- sino a los ejemplos concretos de la vida real que, como adultos que somos, hemos tenido la triste ocasión de conocer.
"Nadie experimenta en cabeza ajena", es cierto; pero también es cierto que, cuando se desciende de las generalidades hasta un plano de particularidad en el que se muestran ejemplos concretos y se adopta una actitud sincera, es posible compartir experiencias con los interlocutores. Asumir plenamente la convicción de que a cada uno de nuestros actos y decisiones sigue una consecuencia es lo que nos vuelve responsables. Creer y sentir que no pasa nada, o que a nosotros no nos puede pasar, es lo que nos hace irresponsables y, en esa medida, vulnerables. El valor que más influencia positiva puede tener en los jóvenes, y en general en todas las edades, es el de la responsabilidad. Somos responsables porque somos seres conscientes y libres que respondemos a los demás de nuestros actos, seres que elegimos nuestro modo de vida mediante cada acto y cada decisión. Lo que hace madurar al joven es comprender, con todo lo que esto implica, que en cada acto y en cada decisión lo que uno se juega es la vida o, al menos, algo de ella.
¿Qué decirle a los adolescentes que se encuentran buscando su identidad y, simultáneamente, experimentan las demandas de su sexualidad? ¿Qué, cuando sienten la necesidad urgente de integrarse al grupo de sus contemporáneos? ¿Qué, cuando, el grupo con el que desean fundirse pretende imponerles pautas de conducta que ellos no quisieran, pero que son la condición para ser aceptados? ¿Qué, cuando están sintiendo, por primera vez, la fuerza del amor y se debaten entre conservar la virginidad o conservar al novio o a la novia? ¿Qué, cuando tienen una visión heroica de la vida que hace que la perciban en blanco y negro, en extremos, sin matices, en los tonos románticos del todo o nada y sienten que no existe más que el angosto presente, el ahora absoluto en el que se sienten vivos con toda la energía y todas las ganas del mundo? ¿Qué, cuando el futuro, donde están esperándolos las consecuencias de sus actos, no parece existir para ellos?
La responsabilidad es la clave. Que aprendan a dominar sus impulsos. Que no hagan nada cuyas consecuencias no hayan meditado lo suficiente. Que no admitan presiones de grupo, ni presiones individuales que vayan contra su salud, su integridad, sus valores, la ley o contra el respeto que se merecen como personas. Decirles que hay muchas maneras de expresar el amor y no sólo a través del sexo, que el inicio de la vida sexual, tanto en los varones como en las mujeres, debe aplazarse -aplazarse hasta la edad en la que uno se encuentra mejor preparado para asumir las consecuencias de un acto de tanta trascendencia- ya que representa un paso de gran importancia, que involucra una gran cantidad de consecuencias que se deben considerar, pues una mala elección puede traer consigo desde decepciones, crisis sentimentales y depresiones, hasta enfermedades mortales y embarazos prematuros, es decir, consecuencias que desvían la vida hacia rumbos que no se quieren. La tarea, en suma, que maestros y maestras debemos realizar con los adolescentes, es hacerles comprender que en ciertos actos que realizan están tomando decisiones que comprometen el resto de sus vidas.
Hay varias formas en que los jóvenes pueden y deben canalizar sus energías y sus deseos de mejorar el mundo, formas que bien pueden comenzar con sus propias personas. La educación física es una, la práctica de algún deporte: los juegos en equipo que permiten no sólo mejorar la condición física, sino integrarse con los demás y compartir con ellos el esfuerzo por alcanzar una meta común. El desarrollo del espíritu es otro: a través de la lectura los jóvenes pueden descubrir vidas, ideas, mundos insospechados, experiencias que, si bien no suplen las que cada quien habrá de vivir en carne propia, sí amplían la visión, sí sensibilizan para entender mejor la vida y a uno mismo y, a veces, hasta llegan a formarnos recuerdos verdaderamente intensos sumamente formativos. Fomentar círculos de lectura, de discusión, grupos de teatro, conjuntos musicales; compartir con los jóvenes el gusto por las distintas manifestaciones artísticas, el aprecio por la naturaleza, el cuidado del cuerpo; recomendarles que cuiden su salud, sus hábitos de higiene, que revisen su dieta y no sólo por motivos nutricionales, sino hasta estéticos, son distintas maneras a través de las cuales los maestros y las maestras podemos encauzar ese ímpetu de renovación que caracteriza a los jóvenes.
Y, muy particularmente, podemos contribuir a que los jóvenes desarrollen su participación social, a que ayuden a los más necesitados y a que mejoren las condiciones de vida de su comunidad. Podemos favorecer la integración de brigadas de jóvenes que emprendan campañas de limpieza, de pintura, de educación, de alfabetización. El trabajo en equipo consolida los ideales de los jóvenes y los compromete con su comunidad: ellos y ellas pueden y deben ser un factor de cambio. Entendemos que en nuestra época existe también otra clase de adolescentes, que en muchos lugares del mundo, así como en México, ha comenzado a observarse el surgimiento de jóvenes que ya no concuerdan con el concepto del adolescente idealista y que, por lo menos, hay dos tipos más que merecen una mención aparte: jóvenes que se caracterizan por sus rasgos de violencia y de desesperanza, y jóvenes que se hacen notar por su nivel de trivialidad, por su total indiferencia y despreocupación: los adolescentes deshumanizados y los adolescentes banales.
Los primeros son jóvenes que en apariencia sólo reconocen el valor de la fuerza y están decididos a emplearla para tomar cuanto desean, y los segundos son aquellos a quienes únicamente parece interesarles pasársela bien. Resultan muchos y complejos los factores que explican el surgimiento de estas formas de vivir la adolescencia: la pobreza, pero también en muchos casos, la riqueza; la desintegración familiar, el impacto de la televisión, el narcotráfico, el deslavamiento de los valores y tantos otros procesos que confluyen. Los integrantes de uno y otro tipo muestran una conciencia privada de valores comunitarios y una corta comprensión del futuro: el delgado presente pareciera ser lo único que vale para ellos, así como una noción de la sexualidad que reduce esta compleja dimensión humana al empobrecido afán de un mero goce momentáneo.
Las tendencias de estos jóvenes, afortunadamente, no son la norma en las escuelas secundarias, pero forman parte del contexto social de esta época en la que están insertos nuestros alumnos y alumnas. Sabemos que es extremadamente difícil que, como maestros tengamos la oportunidad de entablar un diálogo constructivo con estos jóvenes y, también, que aunque pudiera presentarse la ocasión resultaría muy escasa nuestra influencia, pues se trata de una tarea a la que todos los sectores de la sociedad necesitan contribuir; sin embargo, cada quien ha de hacer su parte y la del maestro es de una gran importancia cualitativa, pues, precisamente, de lo que se trata es de que la educación no sólo ponga al joven en contacto con el conocimiento, sino que despierte en él el aprecio por los valores; que la educación lo transforme.


Sexualidad desde sus comienzos
El desarrollo de su sexualidad humana empieza con el contacto físico, cuando los bebés son sostenidos y acariciados. Eso es necesario y natural que ocurra. No se debe privar al bebé de contactos corporales. Es necesario reconocer al niño como ser sexuado, en relación consigo mismo y con otros, para que se construya una identidad sexual propia.
La sexualidad infantil es una de las puertas a través de la que el niño desarrolla su personalidad y sus relaciones con la afectividad. La sexualidad es un aspecto natural en los seres humanos, una función de la persona como comer, caminar, leer, estudiar, etc. Y como tal, debe ser un tema tratado con naturalidad, honestidad, cariño, y debe tener su propio espacio dentro del proceso educativo del niño.

La educación sexual y los padres
Los caminos que llevan al conocimiento de su propio cuerpo y de sus sensaciones no siempre son los más adecuados para los niños. Hoy día, las interferencias en este proceso de aprendizaje hacen que el niño esté, cada vez más temprano, expuesto a unas manifestaciones severas, y en muchos casos incomprensibles, de la sexualidad. El culto a la belleza, al físico y a la seducción, en los medios de comunicación, no distinguen la edad de su publico. Hay un abuso de las manifestaciones sexuales, a las que los niños están indiscriminadamente expuestos. Los contenidos sexuales pueden acelerar las manifestaciones de los niños en el tema de la sexualidad, considerando que ellos aprenden imitando lo que ven de sus padres, de la televisión, out-doors, de bailes y ropas eróticas de moda, etc.
Las malas influencias conceden nociones equivocadas y perjudiciales al niño. De una forma general, lo único que puede evitar estas malas interferencias es la familia. Son los adultos, los padres, los que deben ejercer el papel de filtro de las informaciones. Es necesario crear y mantener un canal abierto de comunicacion con sus hijos, espacios de discusión y de intervención sobre lo que es correcto y lo que no, relacionados a todos los temas, y en especial a la sexualidad. Es conveniente vigilar de muy cerca el entorno y las actividades del niño, para orientarle cuando crea necesario. En la medida de lo posible, no se debe perder ninguna oportunidad para entablar conversación sobre sus dudas e intereses.

 Etapas del desarrollo psicosexual, Sigmund Freud
A) Fase oral.
La boca es la primera zona de placer. Los besos, las caricias, el contacto con la piel materna... son los actos placenteros para el desarrollo del bebé. La evolución psicosexual de los niños y niñas dependerá de las sensaciones placenteras y de la seguridad que experimentas en esta fase.

B) Fase anal.
Empieza en el segundo año de vida. Comienza la educación en el control de los esfínteres, y se desplaza el interés infantil hacia esa zona. El mecanismo de expulsión y retención de la heces tienen un marcado significado psicológico. Si los padres son muy estrictos en sus métodos el niño retiene las heces y desarrolla un carácter obstinado, o se rebela (las expulsa en un momento no oportuno) y genera rasgos de carácter destructivo.

C) Fase fálica (edípica).
El interés se desplaza hacia los genitales, se establece la diferenciación psicosexual masculina y femenina y la identificación con el padre o la madre. Durante esta fase aparece el complejo de Edipo o de Electra, que consiste en la atracción hacia l progenitor del sexo opuesto.  La resolución se produce cuando el hijo se da cuenta de su incapacidad para competir o suprimir al rival comenzando el periodo de identificación con él.

D) Periodo de latencia.
Hacia los seis o siete años comienza una etapa en la que los impulsos se mantienen en un estado de quietud.

E) Fase genital.
Se inicia a partir de la pubertad. Se produce la organización y madurez sexual y se reafirma la identidad sexual del hombre o la mujer. La búsqueda de la identidad personal, las primeras manifestaciones de atracción sexual, la socialización y las actividades de grupo son características de la adolescencia y juventud.


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